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7 de septiembre de 2023

NOVGOROD ANALIZA - PARTE III: CONSPIRANOIA, REDES SOCIALES Y CINISMO

La facilidad de ciertos grupos políticos de construir y reproducir mensajes tiene su explicación lógica, como así también su sistema consolidado y el buen uso de herramientas informáticas para volcar la opinión pública a su favor.

 

Por Fernando Barbarán

 

Conspiración ≠ Conspiranoia

 

La conspiración se define como el acuerdo secreto contra algo o alguien. La historia de la humanidad está plagada de estos acontecimientos: El asesinato de Julio César en el 44 a. C, el escándalo de Watergate en Estados Unidos, o el complot mediático-político contra Hugo Chávez en Venezuela. Todos los próceres de la emancipación latinoamericana utilizaban esta técnica para avanzar en acuerdos políticos o estrategias militares. La conspiración existe y a distintos niveles: político, empresarial o familiar. En otros casos se utiliza como excusa para justificar el mal ejercicio del poder: por ejemplo, el peor presidente del club de fútbol Juventud Antoniana, José Muratore, denunciaba constantemente conspiraciones en su contra para hacerlo renunciar.

 

Pero otra cosa distinta es la conspiranoia, la cual se define como la convicción obsesiva de que determinados acontecimientos de relevancia en la vida diaria son el resultado de una serie de acciones de grupos de personas que buscan un objetivo, principalmente político. Estas creencias proponen una visión paranoica del mundo, que sitúa, en el centro del desarrollo de la historia, narrativas nacidas de un imaginario más o menos delirante cuya realidad no está en absoluto demostrada.

 

Tratan de explicar cualquier fenómeno histórico causante de un impacto social importante (crisis, atentado, golpe de Estado, guerra, pobreza, pandemia, etc.) mediante una construcción intelectual que responda a todos los interrogantes suspicaces posibles. Consideran que cualquier desastre o acontecimiento social traumático es consecuencia de una “conspiración” de algunas fuerzas secretas.

 

El conspiracionismo, por lo menos desde el Siglo XX, ha sido utilizado por la extrema derecha para satisfacer sus necesidades destructivas de la sociedad, desviar la atención de los problemas subyacentes que genera el propio capitalismo, identificar fácilmente culpables de los males sociales y para construir un mensaje hegemónico que le permita avanzar políticamente de manera rápida y en ambientes seguros. Se puede ejemplificar dos grandes recesiones capitalistas donde los culpables terminaron zafando gracias a que se utilizaron de chivos expiatorios dos grupos que no tenían nada que ver:

  • La primera fue cuando en la República de Weimar, la inflación y la escasez, dieron lugar a que el nazismo culpe a los judíos sobre los problemas económicos. Ya sabemos cómo terminó esto: guerra mundial, holocausto, etc. Pero para el pueblo alemán fue mucho más fácil culpar a los judíos, entre otros grupos (comunistas, gitanos), por la humillación sufrida posterior a la Primera Guerra Mundial que a los grupos férreamente defensores del sistema capitalista. El nazismo desarrolló una muy buena campaña propagandística para instalar este discurso conspiranoico.
  • La segunda es el momento actual que vive Argentina donde la inflación y la dependencia económica de los organismos internacionales está provocando una baja sensible del poder adquisitivo de la clase trabajadora y están aumentando los niveles de pobreza y desempleo, pero la culpabilidad está cayendo sobre un grupo imaginario (que reúne al kirchnerismo, al trotskismo, al feminismo, entre otros) creado por la derecha, denominado como “marxismo cultural”. Para ellos, el sistema financiero argentino, dependiente de los préstamos internacionales, planificado por la Dictadura Militar y sostenido hasta la fecha, es culpa de una izquierda imaginaria la cual, en los hechos, en ningún momento llegó a gobernar o a tener incidencia sobre la economía nacional. La culpa de las deficiencias del sistema capitalista están bien ocultadas por la derecha que desvía la atención de las críticas utilizando eficientemente medios hegemónicos de comunicación que sirven de caldo de cultivo para todos estos discursos de odio y discriminación, cada vez más amplios en estos días.

 

Los ejemplos abundan. A partir del 2001 se utilizan a los grupos árabes para justificar cualquier atentado o invasión militar norteamericana en Medio Oriente; Los Simpson y Padre de Familia, dos series animadas, hacen referencias a la paranoia con la que vive la sociedad norteamericana respecto a la conspiranoia anti mundo árabe. En Argentina todavía hay una conspiranoia muy fuerte donde se culpan a los bolivianos falsamente por migrar a quitarnos los empleos y abusar de nuestra salud pública; es falso, ya que desde el año 2006 el Movimiento al Socialismo ha llevado al Estado Plurinacional de Bolivia a niveles sostenidos de crecimiento, ocasionando la baja de la migración hacia Argentina u otros países y hasta fortaleció su moneda frente al peso argentino o el dólar.

 

La conspiranoia constituye, en cierto modo, una maniobra de manipulación para modificar la interpretación histórica de un acontecimiento. Los teóricos de la conspiración se niegan a aceptar el papel del azar o de la iniciativa individual en los grandes acontecimientos. No creen que las cosas puedan suceder sin que alguien tenga la expresa intención de que así sea.

 

Rol de las redes sociales

 

Las redes sociales son una de las herramientas donde más efectivamente se construyen y circulan las conspiranoias.

 

En tiempos como los actuales, en los que las fuentes oficiales de información han perdido credibilidad, y cuando se otorga el mismo nivel de confianza a un meme que a un noticiero de televisión o a una organización formal de noticias, no es aberrante que las teorías conspiranoicas encuentren mayor audiencia en el seno de grupos sociales muy impactados por la crisis. La tecnología ayuda. Porque mucha gente aprovecha el anonimato que ofrece internet para defender (amparados por la seguridad de un seudónimo) posiciones agresivas, irrespetuosas o extremistas. La mentalidad conspiranoica, siempre paranoica, tiende a ver la historia bajo el prisma de la sospecha y de la denuncia. Estas condiciones llevaron a que la derecha identifique fácilmente la necesidad de tener operadores en las redes sociales que ayuden a empujar la viralización de estos mensajes. Hace poco salió una encuesta donde más del 50% de las personas interrogadas todavía pensaban que el intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner había sido armado; todas esas personas prefirieron quedarse con un meme que ridiculizaba el feriado posterior al atentado o con la fake news que salió sobre que Sabag Montiel (sicario) era un militante del Frente de Todos, ninguno salió a corroborar ninguna noticia real o a informarse sobre lo que determinaba la Justicia en la causa. Es hoy en día que la Justicia no solamente encontró culpable a Sabag Montiel y su pareja, sino que además visibilizó una trama oscura de planificación e inteligencia que tuvo el intento de magnicidio, vinculando a funcionarios de las dos personas más votadas en las últimas PASO en Argentina. Es la misma Justicia que determinó que Cristina Kirchner tuvo vínculos en un acto de corrupción. Pero el/la ciudadano/a promedio a perdido la capacidad de discernir, entonces, gracias al trabajo de redes sociales, entiende que el intento de asesinato de Cristina es falso, pero que sus actos de corrupción son reales, más allá que sea la misma institución (republicana y democrática) la que determina la verosímil de ambas situaciones.

 

Internet y las redes sociales ponen a nuestro alcance millones de narrativas alternativas en competición con las de los grandes medios tradicionales. Aquellas personas que no se atrevían a expresar algo porque era ilegal, inmoral, estaba mal visto o era políticamente incorrecto, ahora constatan: “¡Mucha gente piensa como yo!”… Y se desinhiben. De ese modo, las redes favorecen la creación de comunidades a veces con ideas de odio, racistas, machistas, supremacistas o antisemitas. Porque cada vez hay menos puntos fijos informativos que sirvan de referencia.

 

La causa de todo es la increíble aptitud de los seres humanos para imaginar historias inverosímiles, incluso cuando en el fondo sabemos que son falsas. Un estudio realizado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), publicado por la prestigiosa revista Science, confirmó que las noticias falsas poseen más de un 70% de posibilidades de ser compartidas en las redes sociales que las noticias verdaderas, sobre todo si se relacionan con política: “La falsedad se difunde significativamente más lejos, más rápido, más profundamente y más ampliamente que la verdad, en todas las categorías de información. Y los efectos son más pronunciados para las noticias falsas políticas que para noticias falsas sobre terrorismo, desastres naturales, ciencia, leyendas urbanas o información financiera”, aclaran los autores del estudio.

 

Las redes sociales no están hechas para informar, sino para emocionar. Para opinar, no para matizar. En las redes, por supuesto, circulan muchos textos y documentos de calidad, testimonios, análisis, reportajes y videos. Pero la manera de consumir contenidos en las redes (aunque cada una de ellas tiene su propia especificidad) no es pasar el tiempo leyendo o viendo la integralidad de los documentos que uno recibe. Los usuarios de las redes no buscan respuestas sino preguntas. No desean leer. No son receptores pasivos, como los de la radio o la televisión. Las redes están hechas sobre todo para actuar. La persona que usa las redes quiere compartir o adherir dando “me gusta”. El placer del navegante de la internet, lo que le gusta, es comunicar, transmitir, reenviar, difundir… La red funciona como una cadena digital. Cada usuario se siente eslabón, vínculo, enlace, con la obligación de expresarse y de opinar.

 

Lo que más circula y mayor influencia alcanza en la mayoría de las redes son los memes, resúmenes muy reducidos, muy sintéticos y caricaturescos de un tema. Es lo que más se comparte. Los memes funcionan como si, en la prensa escrita, las informaciones se redujesen únicamente a los títulos de los artículos, y no hubiera necesidad de leerlos. En Latinoamérica afortunadamente no se viven los escenarios de guerra de Medio Oriente o, en este momento, en Europa del Este. Pero, por ejemplo, al iniciarse el conflicto bélico en Ucrania a principios del 2022, los memes que más se difundieron en esta región estuvieron vinculados a relacionar jocosamente la guerra con hechos locales, logrando una ingeniosidad animosa para el público de las redes sociales (sobre quienes recibían ucranianas refugiadas o comparaban el desorden del hogar con los bombardeos en Donbas o Lugansk). Sin embargo, circularon mucho menos los documentos o archivos que difundían realidades sobre las condiciones del conflicto.

 

Por su estructura específica, las redes sociales se han convertido en manantiales de intolerancia y de odio. En gran parte porque su formato es antagónico con el de la deliberación, el debate o la dialéctica. El conspiranoico ve la discusión de ideas y las propuestas contradictorias como agresiones. Piensa así: el “otro” es un enemigo, en guerra contra nosotros, los lúcidos. Semejante razonamiento es, por supuesto, peligrosísimo. Constituye la base del fanatismo y tiende a desembocar, de una manera u otra, en la agresión y el crimen de odio.

 

Responsables de la difusión de estos mensajes

 

Muchas veces nos encontramos con amigos, familiares o personas que nos sorprenden que estén compartiendo contenido vinculado a una conspiranoia o una fake news. Más nos decepcionan cuando vemos que realmente creen en lo que dice una noticia o meme carente de argumento.

 

Sin embargo, las reproducciones de estos mensajes en las redes sociales están definidos por un público en particular. No se trata de ser crédulos o incrédulos sobre un tema candente en las redes sociales y definir el debate entre esas dos posturas. Los que ganan esa discusión son los cínicos, quienes tienen la capacidad de reproducir esos mensajes, sin importar que sean falsos o ciertos o sin importar si ellos mismos se lo creen o no.

 

Por ejemplo, si discutimos sobre la forma de la Tierra, hay crédulos que aceptamos el consenso social de que la Tierra es redonda por conclusiones científicas que así lo demuestran. Pero, ¿somos capaces de explicar por qué es redonda? ¿Sabemos con seguridad los argumentos sobre la esfericidad del planeta? La mayoría del común no lo sabemos. Quienes defienden que la Tierra es plana, tampoco saben realmente si la forma del planeta es esa, pero tampoco conocen certeramente que sea esférico. Lo que sí tienen para discutir es una posición, una identificación respecto al otro, a quienes consideran el “enemigo”, como decía recién. Es decir, los incrédulos que defienden que la Tierra es plana lo hacen principalmente para desafiar, identificar u odiar a los que piensan que la Tierra es redonda. Y estos últimos no defienden la redondez del planeta desde esa posición, sino porque cuentan con herramientas que le permiten interpretar que los planetas son así. Mientras se cuenta con más educación o información, menos incrédulos existen. Pero los crédulos no “luchan” por su postura.

 

Lo que sucede con esto es que en el medio aparecen los cínicos para imponer su mensaje sobre los incrédulos. Los cínicos son, palabras más, palabras menos, los que, más allá de su nivel de conocimiento o educación sobre un tema, reproducen mensajes sin importar que sean falsos, porque lo hacen con la finalidad de identificarse políticamente sobre un tema. Por ejemplo, los discursos negacionistas reaparecidos de los últimos años y con amplia difusión no son más que nada una reproducción cínica de un genocidio político que existió. Los que hablan que “no fueron 30.000 los desaparecidos”, no dicen que no hubo asesinatos, torturas o desaparecidos. Simplemente, ponen en duda el número de las 30.000 víctimas de la Dictadura Militar de 1976 cínicamente. Al reproducir este mensaje, no solamente se identifican políticamente sobre un tema, sino que suman adeptos incrédulos que, por un nivel bajo de información o desinterés por querer educarse, es más fácil repetir ese discurso cínico. Los incrédulos entonces se fanatizan con esa idea conspiranoica poniéndose inmediatamente en contra del “enemigo” político al que quiere atacar. A los cínicos no le importa que sea falso o no. Los incrédulos lo transforman sin embargo en su verdad. Puedo volver con el mismo ejemplo del atentado contra Cristina Fernández de Kirchner. Los cínicos saben que hubo un intento de asesinato, pero mientras más se ponga en duda esa situación, será más fácil captar incrédulos y hacer el trabajo de reproducción de los mensajes falsos mucho más fácil. Otro ejemplo puede ser el de los subsidios estatales a grupos marginales sobre todos los males que aquejan a la sociedad; los cínicos repiten que los planes sociales están mal, los incrédulos se enfurecen porque quien recibe ayuda estatal no se lo merece realmente, pero ninguno de los dos es capaz de dar el debate y hacer la verdadera crítica sobre los desmedidos subsidios estatales que reciben empresarios y representantes de la clase dirigente argentina, cuyos montos representan una erogación altísima de las arcas del Estado. Una reproducción desmedida de mensajes cínicos, desemboca en una incapacidad total de las personas de discernimiento entre una información y otra y puede provocar efectos socio-económicos sensibles, como ser apostar todo a una dolarización de la economía, cuando sabemos que el Plan de Convertibilidad de los 90 fracasó y cuando sabemos que la pérdida de soberanía monetaria nunca nos permitirá estar a la altura de los países “civilizados” que decimos admirar.

 

Detrás de todo esto hay trabajadores políticos (periodistas en los medios hegemónicos de comunicación, operadores en redes sociales, referentes de los partidos políticos, entre otros) que participan de las operaciones de desinformación. Estos no creen en la información que está siendo publicada, pero contribuyen a la amplificación de teorías conspiranoicas simplemente porque es un trabajo. Tienen la licencia para envenenarte.

 

Quizás es cínico de mi parte también cerrar con esto, pero, no podemos construir un argumento a través de un meme. Eso no te hace un entendido del tema, sino un simple pelotudo funcional.

 

Escrito con la ayuda de Ignacio Ramonet y Ernesto Calvo (Le Monde Diplomatique).

Correcciones por parte de Raúl Alvarado (Radio Novgorod).

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